lunes, 10 de abril de 2017

Las mejores parejas de la época dorada de Hollywood (II): Ginger Rogers y Fred Astaire, bailando nace el amor

En varias entregas, un listado de artistas imprescindibles del Hollywood dorado, que han sido protagonistas de esas comedias sofisticadas y deliciosas. Cada uno de estos intérpretes son únicos, pero hay tres características que les unen: la elegancia, el carisma y el ingenio. Empezamos en su día con William Powell y Myrna Loy, y hoy continuamos con Ginger Rogers y Fred Astaire.



FRED ASTAIRE Y GINGER ROGERS, REYES DE LA COMEDIA MUSICAL CLÁSICA 4cac1dc25448a4ef69b485b7bf420b2f

El mejor paradigma de la comedia romántico-musical. Siempre ha circulado el rumor de que en la vida real, Fred Astaire y Ginger Rogers se llevaban mal. Puede que algo de verdad si hubiera acerca de esa tirante relación. Astaire venía de actuar en teatros durante varios años en compañía de su hermana Adele, y pretendía debutar en la gran pantalla en solitario, el Estudio lo juntó con Rogers, y en principio, no le sentó demasiado bien. Esto unido a su vena perfeccionista o maniática, puede que diera lugar a encontronazos puntuales, por ejemplo el surgido con el vestido de plumas de avestruz que Ginger se empeñó en lucir en ''Sombrero de copa'' -al parecer, Fred se quejaba de que las plumas que iban cayendo se posaban sobre su traje y que le molestaban en la nariz-. Y aunque nunca se criticaron públicamente -demostrando una actitud elegante por ambas partes-, Astaire sí llegó a decir que Rogers deseaba ser la jefa en todo. Lo esencial, es que estas supuestas tensiones no se percibían en pantalla, sincronizándose a la perfección, formando un tándem artístico magnífico, lleno de química, clase y talento.

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Su exitosa asociación se extendió hasta en 10 películas -''La alegre divorciada'', ''Ritmo loco'', ''En alas de la danza'', ''Amanda'', ''Vuelve a mí'', ''Roberta'', ''Sombrero de copa '', ''Sigamos la flota'', ''Volando hacia Río de Janeiro'' y ''La historia de Irene Castle''-. La mayoría, historias sencillas que eran vehículos de lucimiento para que ellos dos, dieran rienda suelta a sus capacidades danzarinas, cantarinas e interpretativas. Dando generalmente prioridad a sorprendentes y hermosos bailes, más que a los guiones. Grandes figuras de la RKO, sus colaboraciones comenzaron con ''Volando hacia Río de Janeiro'' de 1933, en la cual únicamente comparten una escena de baile -eran secundarios en dicha película-, pero sorprendieron tanto al público y fue tal el éxito, que la productora les haría repetir en 9 ocasiones más. Disiparon las dudas de la RKO, especialmente en cuanto a Astaire -''No sabe cantar. No sabe actuar. Tiene entradas. Sabe bailar un poco''-. Se convirtieron en las mayores estrellas del musical clásico de Hollywood, a base de talento, esfuerzo y chispa. Sus películas siguen generalmente un esquema similar -números musicales tanto por separado como en conjunto, algún enredo y la eterna intención de Fred de (re) conquistar a Ginger-, no es tanto el argumento en sí, si no más bien la gozada que supone verlos juntos, llenan la pantalla de magia, como espectadores nos hacen soñar. Sus movimientos eran tan elegantes, precisos y veloces, que se generaba la fascinante sensación de que flotaban.

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Fred Astaire cimentó su carrera en el musical, rodeándose no solamente de Ginger Rogers, si no también de otras parejas competentes, como Cyd Charisse, Judy Garland, Jane Powell, Rita Hayword, Audrey Hepburn o Eleanor Powell. Sin embargo, Ginger diversificó más su trayectoria, haciendo comedias, dramas e incluso thrillers, demostró ser una actriz cómica y seria, excepcional -''Damas del teatro'', ''Aviso de tormenta'', ''Roxie Hart'', ''Mamá a la fuerza'', ''La muchacha de la Quinta Avenida'', ''Espejismo de amor'', ''El mayor y la menor''...-, llegando a ganar un Oscar en 1941 por ''Espejismo de amor''. En cuanto a registros interpretativos se refiere, está claro que Ginger es menos limitada que Fred -que suplía sus carencias actorales con carisma y haciendo gala de sus grandes cualidades para la danza-.  


CURIOSIDADES


En los años 30, cierto sector de la crítica menospreciaba a Ginger, catalogándola de ''mero complemento'' de Fred, hecho que supuestamente irritaba a la Rogers y parece ser que propició que la mítica actriz emprendiera su carrera en solitario, demostrando que era una intérprete versátil, capaz de resultar verosímil en cualquier género o registro. Diez años pasaron desde que se volvieron a reunir Ginger y Fred -desde 1939 a 1949- fue en ''Vuelve a mí'', su primera cinta en color. Ginger sustituyó a última hora a la inicialmente escogida Judy Garland -que ya había colaborado con Astaire previamente-. 

''La historia de Irene Castle'' fue un fracaso, fue la última película que rodaron antes de tomar caminos separados durante una década. Fred y Ginger eran las estrellas más rentables de la RKO, pero este filme dramático no funcionó. Seguramente debido a que el público de la época estaba acostumbrado a verlos en cintas más ligeras, de tono menos grave.

Fred Astaire fue candidato al Oscar solamente en una ocasión -y curiosamente por una película no perteneciente al género musical- como Mejor actor secundario con la conocidísima cinta de catástrofes ''El coloso en llamas'', que contaba con un reparto de relumbrón, encabezado por los estupendos Paul Newman y Steve McQueen. Caso similar al de Cary Grant, que fue un rostro imprescindible de la mejor comedia de antaño y que sólo fue nominado en dos ocasiones al premio de la Academia y por dos dramas -''Serenata nostálgica'' y ''Un corazón en peligro''-.

Edgar Neville, alta comedia a la española




Descubrí a Edgar Neville gracias a esa estupenda herramienta de difusión del cine español que es el espacio de La 2 ''Historia de nuestro cine''. Empecé con ''La vida en un hilo'' y ya no pude parar de visionar su cinematografía, uno de los cineastas más estimulantes que te puedes encontrar. Eso es lo que siempre debería de ser la televisión pública, un medio al alcance de todos para culturizarnos en diversas materias, incluida la asignatura Séptimo Arte.

Edgar Neville posee algunas de las virtudes que hicieron grandes a directores de la alta comedia americana -como Frank Capra, Preston Sturges, Ernst Lubitsch, Leo McCarey o George Cukor- : personalidad, ingenio y elegancia. Probablemente es el homólogo español de alguno de ellos o del francés Jean Renoir a quien también le une algunas similitudes evidentes -ambos comparten el amor por las clases más humildes y por el retrato humano en el que prima la camaradería y la solidaridad, el sentido del humor que suele impregnar sus obras o algunas situaciones con un espíritu similar-, su cine es anómalo dentro del celuloide de aquella época y en términos generales. Humor fino e inteligente que suele interesar más a los cinéfilos VS. humor de trazo grueso que suele fidelizar más a la masa -especialmente al público actual-. Quizá sea un tópico decir que la comedia clásica fue la mejor, pero no deja de ser cierto. En la actualidad, no se quiere correr riesgos y se recurre en muchas ocasiones a un tipo de humor simplón o tontorrón.



Neville fue un autor insobornable y de independencia creativa muy notoria. A contracorriente de un cine cómico más tópico o demasiado españolizado, y también coqueteando con gran acierto en otros géneros, como el fantástico o el noir. Muchas de sus películas se consideran imprescindibles dentro de nuestro cine -''El baile'', ''Domingo de carnaval'', la pionera dentro del fantástico que con los años se convertiría en cinta de culto ''La torre de los siete jorobados'', ''El último caballo'', ''La vida en un hilo'' o ''El crimen de la calle Bordadores''-. En definitiva, un renovador de nuestro cinematógrafo que apostó por un cine refinado y audaz, con hechuras más universales. Demostrando una admirable solidez y frescura en los guiones, y dotando a sus personajes de matices y autenticidad. Curiosamente a pesar de su confesado recelo hacia la técnica cinematográfica, sus filmes están plagados de momentos plásticos muy logrados, Neville domina el primer plano, los movimientos de cámara, el fuera de campo o se mueve cómodamente en ambientes expresionistas, se atreve a coquetear con el surrealismo o no reniega a aproximarse a la estética de documental. Fue el abanderado del sainete, un género cómico considerado trasnochado y menor hasta que él lo revitalizó en muchos de sus filmes.


Durante su estancia en Estados Unidos, primero como diplomático y posteriormente como guionista, Neville fraguó una amistad con Chaplin, como consecuencia de esta camaradería, el maestro británico le invitaría a actuar en la mítica ''Luces de la ciudad'' en un pequeño papel.    



Artista multidisciplinar -director, guionista, dramaturgo, pintor, productor y escritor- y amigo de Charles Chaplin durante su andadura profesional en USA trabajando para la Metro Goldwyn Mayer como dialoguista y guionista -puesto que en aquella época se rodaban versiones en español de producciones estadounidenses destinadas al mundo hispano-. En Hollywood se siente plenamente feliz y mantiene una actividad frenética. Una vez que ya se asienta en la meca del cine, comienza a introducir en el mundillo hollywoodiense a muchos de sus amigos españoles, como Luis Buñuel, José López Rubio, Eduardo Ugarte o Enrique Jardiel Poncela. Desarrolló su carrera de cineasta entre los años 40 y 50, después daría el salto a la realización televisiva dirigiendo algunos Estudios 1. Su valiosa trayectoria ha quedado ensombrecida durante muchos años, principalmente porque su estilo era muy distinto al que más aceptación tenía entre el público de la época -durante los años 40, la mayoría de películas eran de folclóricas o épicas exaltando al régimen franquista- y coetáneos suyos como José Luis Saénz de Heredia, Rafael Gil o Juan de Orduña realizaban cine más comercial en consonancia con los gustos imperantes de esa sociedad española. Y Neville -pese a los rasgos castizos de muchas de sus obras- estaba más en sintonía con el humor sofisticado y ácido de la época dorada de Hollywood.  



Curiosidades

Edgar Neville y Jean Renoir comparten una secuencia prácticamente idéntica en dos de sus títulos, ''La ironía del dinero'' y ''Elena y los hombres'' respectivamente.

La elegante y personalísima actriz Conchita Montes fue su musa más destacada y pareja sentimental de largo recorrido -comenzaron su relación en 1939 cuando Conchita fue contratada como guionista para la cinta ''Frente de Madrid'' y de manera fortuita, debutaría como intérprete en esa misma película, estarían juntos hasta el fallecimiento de Neville en 1967-. Ambos eran personas cultivadas y de clase acomodada.

''Los intrusos'' (The Uninvited) Lewis Allen, 1944

THE UNINVITED, from left, Alan Napier, Ray Milland, Gail Russell, Ruth Hussey, 1944
THE UNINVITED, from left, Alan Napier, Ray Milland, Gail Russell, Ruth Hussey, 1944.


Un productor debe hacer una película aterradora de bajo presupuesto titulada “La maldición de los hombres pantera”. En una reunión con su director, se da cuenta que los disfraces de los monstruos son absolutamente ridículos, pues no resultan mínimamente creíbles. Entre los dos urden un truco que les sacará del apuro: el público jamás verá a los “hombres pantera”. En lugar de ello mostrarán una sombra, la cara aterrada de una mujer gritando, una cortinas desgarradas por unas garras feroces... El resultado es todo un éxito de público, hasta tal punto que deberán hacer una secuela.
Como cualquier amante del cine clásico sabrá, esta secuencia pertenecía a la excelente “Cautivos del mal”, y era todo un homenaje a las cintas clásicas de terror de Val Lewton, películas hechas con cuatro duros, que conseguían inquietar al espectador con trucos sencillos y eficaces, pues el miedo proviene muchas veces de las cosas más simples: un susurro casi imperceptible, una vela que se apaga, pasos que resuenan al final de un oscuro pasillo... El buen cine de terror sugiere más que muestra, insinúa más que enseña.
Un excelente ejemplo de todo ello es “Los intrusos” (“The uninvited”, Lewis Allen, 1944), una de las primeras películas de género fantasmal que fue financiada por un gran estudio. Paramount acertó al apostar por esta historia gótica e inquietante. Adaptación de una novela titulada “Uneasy Freehold”, cuenta una historia que hoy se podría considerar típica, casi inofensiva, pero que contiene momentos de gran cine. El debutante Allen se apoya en un competente guion, obra de Dodie Smith y Frank Partos, que sale de los claustrofóbicos muros de la mansión Winwood, escenario único del drama en la novela de Dorothy Macardle, para hacernos pasear por las luminosas calles de Devonshire, e introducir toques de un humor ligero y desenfadado, algo bastante inusual en una producción de este género.
Pamela y Roderick (Ruth Hussey y Ray Milland), dos hermanos londinenses de vacaciones en la campiña inglesa, se topan con una hermosa casa abandonada en los riscos de Devonshire. El lugar, aunque abandonado, conserva intacta parte de su antigua y misteriosa belleza, y ambos se enamoran del lugar, hasta tal punto que averiguan quién es su propietario y se lanzan en su búsqueda a comprar el inmueble. El dueño (el siempre eficaz Donald Crisp), un noble anciano de modos hoscos y algo enigmático, accede a vender su antiguo hogar, no sin antes advertirles que no devolverá el dinero por mucho que se lo imploren. Entonces aparece en escena su nieta (Gail Russell), la sombría Stella, una joven que vive de los recuerdos, añorando a su madre, fallecida cuando ella sólo era una niña, en la casa que su abuelo acaba de vender a unos extraños. Todos se verán envueltos en una intriga sobrenatural que hará peligrar la vida de uno de ellos y les hará cuestionarse sus más profundas convicciones.
Apariciones fantasmales, posesiones, visitas de ultratumba, animales asustadizos, gritos en la noche, pasos invisibles, puertas que se cierran solas, todo ello conforma el cóctel sobrenatural que da forma a esta interesante película clásica.
 
Lo más curioso es que los dos hermanos protagonistas son una pareja bastante atípica en este tipo de producciones, pues, en lugar de espantarse y escapar de los peligros, los afrontan con brío y espíritu aventurero, deductivo y lógico, lo que en mi opinión, es un aspecto muy original poco visto en este tipo de historias sombrías. Tal vez sea una actitud más realista que la que tienen los intérpretes de otros dramas aterradores, que huyen despavoridos ante la más mínima sospecha fantasmal.
Los actores están perfectos en sus papeles. Tal vez el único que desentona un poco es Ray Milland, un actor de indudable talento, que aquí parece no tomarse muy en serio sus desventuras fantasmales, aunque sospecho que su personaje fue concebido como un aventurero simpático, puede que para aligerar un poco el tono de la historia, de ahí el tono desenfadado con el que casi siempre le vemos actuar. Pensemos que entonces el público no estaba muy acostumbrado a pasar miedo, con lo que es casi comprensible que Paramount quisiera introducir elementos que aligeraran un poco una trama plagada de momentos inquietantes.
Tanto Ruth Hussey, como la desventurada Gail Russell hacen un estupendo trabajo. Mención destacada merece el gran Donald Crisp, uno de esos secundarios imprescindibles que tantos momentos de gloria han dado al cine clásico norteamericano, un tipo capaz de salir airoso de cualquier papel que se le encomendara.
 
El terror de “Los intrusos” es elegante y sutil, alejado de truculentos efectismos. Sugiere más que muestra, como debe hacer una buena historia fantasmal. Allen compone los planos del filme con elegancia y estilo, apoyándose en la sensacional fotografía en blanco y negro de Charles Lang, que fue justamente nominado al Oscar por esta película, para crear tensión, intriga y suspense, sin que nunca decaiga el interés del espectador. Mérito suyo es hacernos sentir de veras el escalofrío invisible que provocan unos gritos desesperados que resuenan en la casa de madrugada, que nos inquiete el titilar de la débil llama de las velas, que nos sobresalte una fugaz sombra que pasa por delante de una desvencijada puerta...
Hoy en día puede parecer un título naíf, casi inofensivo, pero su calidad y su más que correcta factura formal son innegables. Directores como Guillermo del Toro citan “Los intrusos” como referencia ineludible y clave del cine fantasmal.
Tal vez a los cinéfilos del siglo XXI la mansión Winwood no nos ponga los pelos de punta, pues estamos curados de espantos, pero hay en su misterioso interior algo mágico, extraño, atrayente, porque al ser humano siempre le atraerán las historias oscuras y misteriosas con un toque sobrenatural. 
 
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